Día 1.
Hoy mi cuerpo anda más mal que bien y decido que alguien especializado pueda echarle un vistazo y darme su opinión profesional. Cojo el teléfono y una voz me responde desde el otro lado.
-Centro médico XX, ¿dígame?
-Deseo pedir cita con el doctor
-¿Esta tarde a las 6.30?
-Imposible- respondo mientras otro pinchazo en mi espalda me recuerda que esto comienza a ser urgente-
-¿Mañana a las 11.30?
-Perfecto -la palabra sale de mi boca automáticamente como si fuera un robot.
Al cabo de unos minutos recibo un sms en mi móvil recordándome mi cita para mañana por la mañana con el doctor D. Mi intuición me dice que es un doctor de la vieja escuela y comienzan las dudas en mi cabeza.
<¿Será muy a la vieja usanza?¿será machista?¿sobreprotector?¿ególatra?>
Recuerdo a mis pensamientos a ponerse en el lugar de «no juicios», algo que por muy evolucionado que se crea estar, debe trabajarse profundamente a diario y paso a entretener mi cabeza y el dolor de mi cuerpo a otra cosa.
Día 2.
11.30h sala de espera, una voz amable pregunta
-¿Diana?
-Sí- respondo mientras me levanto y miro a mi interlocutor. Mi intuición no falla, es médico de la vieja escuela.
Comienzo a escuchar su primera frase:
-Dime bonita, ¿qué te pasa?
Y no puedo hacer otra cosa que sonreír disfrutando de la bondad de sus palabras, de su preocupación por mi estado de salud, de su implicación conmigo. La visita pasa a ser un encuentro mágico con un profesional que muy bien podría ser el «Ojiisan» de mis historias (Las historias de Ojiisan ,2016) un anciano sabio, alegre, amable y enamorado de la vida.
Salgo del recinto aún con una sonrisa en los labios y en mis manos una cita para una analítica para el día siguiente. Me recuerdo que hay mucha más gente buena que mala y que únicamente estos últimos hacen más ruido.
Día 3.
9.25h centro de analíticas. Parece que hay cola y que mi hora se retrasará, cinco personas delante de mí para gestionar la petición del análisis. Sigo degustando mi experiencia de ayer con una sonrisa, sin juicios ni expectativas esta vez y con los brazos abiertos a la amabilidad de nuestro sistema sanitario.
Mientras la administrativa hace lo que puede visiblemente alterada al ver que cada vez la cola es más larga, sale un profesional del recinto de extracción. Alto, robusto, con cara de pocos amigos, grandes bolsas negras bajo los ojos y voz profunda. Increpa a la administrativa en su retraso multiplicando los minutos del mismo por paciente y culpabilizándola de la posible hora que le haga perder. Se va y vuelve a aparecer, esta vez quejándose de una fuga de agua. El tono y el ambiente se vuelve desagradable.
De nuevo marcha para aparecer al cabo de unos minutos visiblemente nervioso, urgiendo mucha más rapidez en la gestión mientras musita, controlando el temblor de su voz, un «esto no puede ser…»
Me recuerdo una vez más que todo es energía y que ésta es residual. Medito sobre cómo no nos damos cuenta que al generar estas situaciones literalmente contaminamos todas las habitaciones donde nos encontramos de una negatividad espesa de la que después nos cuesta salir y cómo a nivel sanitario las consecuencias de dolor son mucho más profundas.
El «extractor» vuelve a salir interrumpiendo mis pensamientos con un expediente en las manos diciendo mi nombre.
-Pasa y siéntate. ¡Pues si que te han pedido cosas, esta lista no se acaba nunca! Será que quieren darme más trabajo del que ya tengo.
-Está bien saber lo que tenemos ¿no? al final es aprender lo que nos dice el cuerpo -respondo con una sonrisa forzada
-¡Pues claro! si no he aprendido a hacer mi profesión con los años que llevo…¡ya me dirás! Basta de conversación a ver si puedo concentrarme en esto. ¡Esto vuelve a perder agua y la tonta de la mujer de la limpieza no me ha puesto un paño!
Sentada con mi brazo esperando el temido pinchazo del que me extraerán 4 tubos de sangre me quedo perpleja cómo alguien atendiendo al público es incapaz de no tener ni una palabra amable con nadie, ni siquiera consigo mismo.
Comienzo a entender el origen de esas grandes bolsas negras debajo de sus ojos mientras pienso
<con la carga de negatividad que lleva, esto te va a doler>
Cierro los ojos, quizás para no ver la aguja que viene o para no ver al portador de la misma y espero el pinchazo que se realiza bruscamente.
-¿Te he hecho daño?
-Un poquito -respondo en una voz imperceptible
-Es tu culpa por haberte movido antes de tiempo
<pues vale> responde mentalmente mi cerebro.
Un minuto después estoy en la calle con una tirita en mi brazo y mi dedo apretando el punto de extracción.
Reflexiono sobre el equilibrio en la vida, sobre la perfecta equidad del yin y el yang. Sobre cómo se extiende en todos los ámbitos y tiende a equilibrarse por muy extremo que sea lo que ocurre. Me hace pensar más allá, pensar que quizás todos los bajones que tenemos se deba a esa falta de equilibrio a haber tenido una euforia extrema -ya lo dice el tao que la alegría extrema, igual que la tristeza, es un arma de desgaste-
Sonrío de nuevo con la consciencia de que quizás no debemos luchar por tener más de todo, si no mejor de todo de una forma serena que nos aporte paz y bienestar.
Dos profesionales uno extraordinario, el otro nefasto y la aceptación de ambos. En esto consiste el Universo: yin y yang en perfecta conjunción, puro equilibrio.
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