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El hilo de tu espíritu

Hay una antigua tradición Atabascana que cree que tu espíritu se hila con todas las experiencias y decisiones que tomas. Si son las adecuadas, el espíritu se alinea con tu cuerpo y vivirás una vida feliz, próspera y llena de salud. Si no lo son, cada uno irá en una dirección opuesta haciendo que “no camines recto”.

Según esta tradición el “caminar recto” se basa en que escuches lo que tu espíritu quiere decirte. De forma inmediata escucharás también a tu cuerpo y todo se pondrá en su sitio.

El tema es que no siempre escuchas aunque sabes exactamente qué deberías hacer. Unas veces lo dejas para mañana, otras simplemente te dices es que me da palo o lo ignoras por completo y haces lo contrario.

Son en estos casos que hilas tu frustración, tu negatividad o tu procrastinación a tu espíritu y poco a poco “no caminas recto”. Los síntomas pueden ser variados en tu cuerpo físico desde dolores en los pies —es lo que te mantiene de pie—, en tus rodillas —es lo que te da la flexibilidad ante vaivenes de tu vida—, en tu cadera —es lo que te da equilibrio—o en tus lumbares —donde guardas gran parte de tu miedo o envidia— por poner un ejemplo.

Cuando no puedas sentir ni escuchar a tu espíritu es que se ha enmarañado en demasiados hilos de emociones sin sentido que no te llevan a ningún lugar. Para sanar tu espíritu debes desliar ese tapiz que has creado, quitando hilo a hilo mientras te retiras a un lugar tranquilo, escuchas, liberas, sanas y vuelves de nuevo con un tapiz nuevo. Entonces es cuando puedes hilar tu espíritu en algo nuevo, simple y amoroso para ti, para todo lo que te relaciona y para tu comunidad. Entonces es cuando “caminas derecho” en perfecto equilibrio con tu cuerpo.

Tu espíritu contiene tu vida y tus opciones de vida. Recuerda, tú y sólo tú eres quien hila.

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Desapego

La definición de desapego no está del todo clara. Su contraria, apego, es aquella en la que se engloba, añade y agrupa en una bola inmensa toda clase de frustraciones y situaciones sin resolver. Pero es mucho más sencillo que eso. El desapego es literalmente tomar distancia. Tomar distancia de las cosas.

Para tener una opinión no puedes ser la opinión, para resolver un problema no puedes ser el problema. Tu visión debe de alejarse de él o ella. Es la única manera de tener una visión con un mínimo de objetividad.

¿Por qué cuesta tanto tener esta visión objetiva? Simple, porque eres un saco de emociones y hormonas que se dejan influenciar bajo el más mínimo cambio. Y eso lo invierte todo. Te acerca a la situación, te hace vulnerable a algo que en la gran mayoría de las cosas está en tu cabeza y genera miedo, miedo al rechazo, al que dirán, a no encajar, a lo que sea.

La felicidad es la ausencia de miedo, es no saber qué es la ansiedad que produce el apego de las cosas. Es no saber qué es todo lo anterior y verse con objetividad con todo lo que uno es. Ni amplificarlo ni minimizarlo, sólo ser.

Y para ello, el desapego es esencial para conseguir una evaluación precisa de lo que sea pensemos o hagamos.

Así que respira…y toma distancia. Desapégate.

7/365

Hoy hace mucho frío.  El hombre del tiempo lleva días diciendo que nos abriguemos, que esta ola de frío viene en serio y para quedarse unos días.  Cosa normal—pienso— ya que es siete de enero. 

Esta noche he dormido como un lirón, sin pesadillas, sin despejarme a media noche y sin esas preocupaciones tontas que hacen que mi cerebro se despierte durante un minuto y se vuelva a dormir, truncando el bienestar de ese sueño profundo que tanto necesito.  Casi 11 horas seguidas.  Lo necesitaba.

Cuando he conseguido despegarme de las sábanas y bajar a desayunar una noticia danzaba por todas partes: los seguidores de Trump asaltan el congreso de los EEUU.  

Cada uno acaba su presidencia de la forma que quiere, eso está claro.  Trump ha decidido hacer ruido hasta que le echen de la Casa Blanca.  Desde el primer día que fue elegido siempre he pensado que los votantes habían puesto todo el poder bélico, económico y social de uno de los países con mayor potencial en las manos de un niño malcriado y mimado quien juega a ser Dios. 

Alguien vestido de búfalo con una gran cornamenta como gorro presidiendo el hemiciclo no es una imagen que el mundo pueda olvidar.  La sensación de vulnerabilidad por la facilidad con la que han entrado en el lugar donde se gestan las leyes de la primera nación del mundo tampoco lo es.  Quizás eso es lo peor que puede pasar, la sensación de fragilidad de un lugar tan importante, donde se gestó la constitución de los grandes Estados Unidos de América se vuelve inseguro y vulnerable.  Y que esa fragilidad tiene un acceso directo muy fácil de abordar, una puerta trasera que alguien ve abierta.  La pregunta que seguramente medio mundo se hace es ¿cómo?. 

Seguramente rodarán cabezas, o quizás todo quedará como siempre, en reproches de uno u otro partido buscando a un culpable invisible o una mano negra.   Sea como sea lo cierto es que a las 6 de la tarde —que es cuando escribo esto—hay cuatro personas menos en este maravilloso mundo.  Muertes provocadas por palabras dichas a modo de rabieta de un niño de 70 años que ha decidido irse haciendo ruido. 

 Tanto haya sido un buen presidente como no, yo no dormiría tranquila sabiendo que alguien ha muerto alentado por mi discurso incendiario. Probablemente él dormirá muy bien.  O a lo mejor tiene pesadillas con una cabeza de bisonte presidiendo su sala de estar.

No hace falta

No te hace falta tomar todas las decisiones del mundo ahora, en este momento.

Te hacen tomarlas demasiado joven, haciéndote creer que es para toda la vida. Lo que hagas entonces irremediablemente tendrá un peso específico en los años venideros, en tu mañana, en tu futuro…

Te han enseñado a estudiar, ser el mejor, acabar una carrera o formación y dedicarte toda tu vida a hacer aquello que has estudiado. Después decide qué trabajo. Decide qué piso. Decide qué pareja. Decide qué familia.

Como un todo innamovible…y acojona. ¡Joder si acojona…!

Pues me rebelo. Me rebelo contra ello porque no es cierto. NO debes tomar las decisiones de golpe. Es más, si lo haces tienes muy pocas probabilidades que te salga bien. En lugar de ello observa, aprovecha los recursos (si son gratuitos ¡mucho mejor!) y ves tomando decisiones cuando tocan tomarlas, cuando tengas toda la información de si te gusta estar donde estás o no. Y sobre todo no te dejes engañar. Lo de acabo de estudiar, me pongo a trabajar para ser independiente (frecuentemente en cualquier cosa) más horas de las que puedo descansar para poder pagar el lugar precario donde vivo, es un sinsentido. Lo de acabo una carrera y aunque no me guste (por los motivos que sean) tengo que dedicarme toda la vida a ello, es la falacia más grande del mundo. Siempre puedes cambiar de carrera, de oficio, de trabajo cuando te de la gana a uno que te llene y simplemente te haga ser feliz.

Y eso no acojona nada. Es más mola mucho.

Así que recuerda que no hace falta que tomes todas las decisiones de tu mañana hoy. La vida es continuo cambio y a lo mejor, mañana te apetece volcar toda tu creatividad en algo más nuevo, más fresco, más feliz. No te compliques, todo es mucho más fácil.

Toma tus decisiones a medida que las sientas, no antes. Los planes de por vida, créeme, no existen. Y si no pregúntale a Dios, que se descojona cada vez que alguien le cuenta los suyos.

1 hora

Piensa en tu último enfado. En tu última exigencia. En tu última crítica. En tu último pensamiento negativo. O a lo último que le has dado importancia.

¿Crees que es válido, real, que vale la pena?

¿Sí?

Tan sólo te queda una hora. ¿Pensarías o harías cualquiera de los puntos anteriores?

¿No?

No.

Regálate una hora de cosas bonitas, reales, proactivas y amables. Y regala esa hora también a los demás. Regala tu sonrisa, una palabra amable, un abrazo o un favor. Pero regálalo porque sí, porque te sale, sin esperar, sin expectativas.

Esta práctica es llamada por los tibetanos bodichita, cuya traducción es corazón despierto.

Mantén tu corazón despierto y tu sonrisa amplia. El amor que recibes es equivalente al amor que das.

Rasca

Rasca bien dentro de ti mismo antes de intentar ayudar a nadie.

Si no encuentras nada, vuelve a mirar y rasca otra vez.

Si te sientes ligero, vuelve a ver si encuentras algo más.

Si te hace sonreír cuando vas, es que lo has conseguido. Has mirado dentro con compasión, sabiduría y orejas bien abiertas. Es la única manera de crecer más allá de lo que es visible desde el exterior.

No puedes ayudar a nadie si no eres sincero contigo mismo. Si no aceptas que hay personas que te irritan porque sí, por su paz, por su opinión o por su forma de ver las cosas totalmente diferente a la tuya.

Sé sincero y rasca. Rasca y limpia hasta que cuando leas un comentario completamente no afín a ti o escuches una opinión contraria, consigas que nada se remueva en tu interior en forma de rencor, ira o enfado.

Hasta entonces, sigue rascando.

Lo de ayudar a otros lo dejamos para más adelante.

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¿Qué te altera?

¿Qué crees posiblemente que te altera? Piensa, piensa, que yo te espero…

Lo creas o no, todo -y me refiero a todo en su forma más amplia- puede resumirse en dos conceptos: te alteras por lo que puedes arreglar y por lo que no.

Así que tal y como yo lo veo la solución es muy simple, ¿puedes solucionarlo? hazlo. ¿No puedes solucionarlo? déjalo pasar, no te toca. Deja que sea la persona a la que sí le toca que aprenda la lección, que ande su camino. En una frase: déjalo volar.

Como siempre un poquito un poquito de acción y un poquito de objetividad hacen la magia.

Hay un gran principio reiki relativo a este concepto: sólo por hoy no te preocupes.

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La diferencia

Hay una diferencia, grande, enorme, entre ayudar y aportar. Y me diréis, «ya, es evidente»… mmm, yo no lo tengo tan claro.

Veréis, os pongo en contexto. Con todo ese amor que tienes en tu corazón, con la sensación de que estás aquí para algo más que ir a trabajar y tu rutina de cada día, dejas que tu bondad se desborde, que tu creatividad se dispare y llegas a la conclusión de que lo tuyo es ayudar a la gente. Normal, todos tenemos ese vínculo de unión a la humanidad.

Y te pones a hacerlo. Ayudas a uno, a otro, incluso haces cosas por los demás que no deberías, por el motivo que sea: que tú lo haces más rápido, que te dicen que ellos no saben hacerlo… Y llega el día en el que te encuentras que la ilusión inicial de ayudar a los demás se ha convertido en una lacra que te pesa, tanto, que te quema.

«¿y qué ha pasado? —te preguntas— será que esto no es lo mío» sigues pensando.

Pues no. Sí es lo tuyo. El problema es que te extralimitas, pones tu creatividad, tu conocimiento, tu buen hacer en las manos de otros quien en lugar de aportar su parte, se extralimitan también a tu costa. Están encantados, mucho menos trabajo de pensar y de crear. Y así como quien no quiere la cosa, tu obra, tu creación, tu legado, se convierte en el de ellos.

Y cuando te das cuenta flipas. ¿Te identificas?

Para que todo funcione hay que poner límites, saber a dónde llegas tú y dónde llegan los demás. Saber qué aportas tú y los demás. Y lo más importante, que cada uno, con esa ayudita, arranque y comience a hacer su porción, comience a aportar al equipo.

Si no quieres que los créditos de tu labor se los lleven otros simplemente por tu buen corazón, recuerda, pon límites. Te hacen bien a ti y a los que intentas ayudar.

Maldita paciencia

Imagina que te regalo una cápsula del mejor café del mundo.  Un café extraordinario.  Es tan especial que para llenar tu tacita de café debes tener paciencia, ya que filtra de gota en gota.

¿Crees que la larga espera vale la pena? Sí ¿verdad? sobre todo si eres amante del café.

La paciencia tiene esa peculiaridad: si ves que el resultado es extraordinario y de alguna manera puedes medir el proceso, tienes paciencia. Crees que vale la pena.

El problema viene cuando el proceso no es mesurable.  Trabajas duro, horas de dedicación, tu mente creativa se despierta totalmente creando un material detrás de otro y esperas -tal y como te han enseñado de pequeñito- que con estos ingredientes el éxito está asegurado en poco y nada.

La decepción viene cuando descubres que eso no funciona así.  Y ahí te quedas esperando ese sabor de café extraordinario que no acaba de llegar.

En ese momento decides que puedes hacer tres cosas cosas:

1ª Abandonar.

2ª Seguir intentándolo a full y esperar.

3ª Cambiar drásticamente de registro comenzando de nuevo por otra vía.

La segunda opción de momento no te ha llevado a ningún lado y optas por la última, al menos, piensas, intentaré algo diferente.  Y vuelta a comenzar hasta que llegas otra vez al mismo punto en el que, de nuevo, debes tomar la misma decisión.

Cierto.  La paciencia del trabajo hecho no se ve.  No puedes ver cómo se llena tu tacita de un café extraordinario, cómo tampoco puedes ver las raíces -tu trabajo realizado- que se tejen debajo de una tierra aparentemente estéril. La mayor parte de lo que es importante para ti no se muestra o es invisible a primera vista.

Gota a gota, como ese café extraordinario, es cómo se construyen las cosas.  Aunque no puedas verlas.

Un «no» más, otro fracaso, una lección más aprendida. Un paso más hacia donde te lleva la fe en ti mismo y tu trabajo.

La diferencia es que no esperas a una taza de café, sino a un viaje hacia tu propio éxito.

Tú decides si en el camino tomas pausas, disfrutas o te rindes.

El equilibrio de las cosas

Día 1.

Hoy mi cuerpo anda más mal que bien y decido que alguien especializado pueda echarle un vistazo y darme su opinión profesional.  Cojo el teléfono y una voz me responde desde el otro lado.

-Centro médico XX, ¿dígame?

-Deseo pedir cita con el doctor

-¿Esta tarde a las 6.30?

-Imposible- respondo mientras otro pinchazo en mi espalda me recuerda que esto comienza a ser urgente-

-¿Mañana a las 11.30?

-Perfecto -la palabra sale de mi boca automáticamente como si fuera un robot.

Al cabo de unos minutos recibo un sms en mi móvil recordándome mi cita para mañana por la mañana con el doctor D.  Mi intuición me dice que es un doctor de la vieja escuela y comienzan las dudas en mi cabeza.

<¿Será muy a la vieja usanza?¿será machista?¿sobreprotector?¿ególatra?>

Recuerdo a mis pensamientos a ponerse en el lugar de «no juicios», algo que por muy evolucionado que se crea estar, debe trabajarse profundamente a diario y paso a entretener mi cabeza y el dolor de mi cuerpo a otra cosa.

Día 2.

11.30h sala de espera, una voz amable pregunta

-¿Diana?

-Sí- respondo mientras me levanto y miro a mi interlocutor.  Mi intuición no falla, es médico de la vieja escuela.

Comienzo a escuchar su primera frase:

-Dime bonita, ¿qué te pasa?

Y no puedo hacer otra cosa que sonreír disfrutando de la bondad de sus palabras, de su preocupación por mi estado de salud, de su implicación conmigo.  La visita pasa a ser un encuentro mágico con un profesional que muy bien podría ser el «Ojiisan» de mis historias (Las historias de Ojiisan ,2016) un anciano sabio, alegre, amable y enamorado de la vida.

Salgo del recinto aún con una sonrisa en los labios y en mis manos una cita para una analítica para el día siguiente.  Me recuerdo que hay mucha más gente buena que mala y que únicamente estos últimos hacen más ruido.

Día 3.

9.25h centro de analíticas.  Parece que hay cola y que mi hora se retrasará, cinco personas delante de mí para gestionar la petición del análisis.  Sigo degustando mi experiencia de ayer con una sonrisa, sin juicios ni expectativas esta vez y con los brazos abiertos a la amabilidad de nuestro sistema sanitario.

Mientras la administrativa hace lo que puede visiblemente alterada al ver que cada vez la cola es más larga, sale un profesional del recinto de extracción.  Alto, robusto, con cara de pocos amigos, grandes bolsas negras bajo los ojos y voz profunda.  Increpa a la administrativa en su retraso multiplicando los minutos del mismo por paciente y culpabilizándola de la posible hora que le haga perder.  Se va y vuelve a aparecer, esta vez quejándose de una fuga de agua.  El tono y el ambiente se vuelve desagradable.

De nuevo marcha para aparecer al cabo de unos minutos visiblemente nervioso, urgiendo  mucha más rapidez en la gestión mientras musita, controlando el temblor de su voz, un «esto no puede ser…»

Me recuerdo una vez más que todo es energía y que ésta es residual.  Medito sobre cómo no nos damos cuenta que al generar estas situaciones literalmente contaminamos todas las habitaciones donde nos encontramos de una negatividad espesa de la que después nos cuesta salir y cómo a nivel sanitario las consecuencias de dolor son mucho más profundas.

El «extractor» vuelve a salir interrumpiendo mis pensamientos con un expediente en las manos diciendo mi nombre.

-Pasa y siéntate. ¡Pues si que te han pedido cosas, esta lista no se acaba nunca! Será que quieren darme más trabajo del que ya tengo.

-Está bien saber lo que tenemos ¿no? al final es aprender lo que nos dice el cuerpo -respondo con una sonrisa forzada

-¡Pues claro! si no he aprendido a hacer mi profesión con los años que llevo…¡ya me dirás!  Basta de conversación a ver si puedo concentrarme en esto.  ¡Esto vuelve a perder agua y la tonta de la mujer de la limpieza no me ha puesto un paño!

Sentada con mi brazo esperando el temido pinchazo del que me extraerán 4 tubos de sangre me quedo perpleja cómo alguien atendiendo al público es incapaz de no tener ni una palabra amable con nadie, ni siquiera consigo mismo.

Comienzo a entender el origen de esas grandes bolsas negras debajo de sus ojos mientras pienso

<con la carga de negatividad que lleva, esto te va a doler>

Cierro los ojos, quizás para no ver la aguja que viene o para no ver al portador de la misma y espero el pinchazo que se realiza bruscamente.

-¿Te he hecho daño?

-Un poquito -respondo en una voz imperceptible

-Es tu culpa por haberte movido antes de tiempo

<pues vale> responde mentalmente mi cerebro.

Un minuto después estoy en la calle con una tirita en mi brazo y mi dedo apretando el punto de extracción.

Reflexiono sobre el equilibrio en la vida, sobre la perfecta equidad del yin y el yang.  Sobre cómo se extiende en todos los ámbitos y tiende a equilibrarse por muy extremo que sea lo que ocurre.  Me hace pensar más allá, pensar que quizás todos los bajones que tenemos se deba a esa falta de equilibrio a haber tenido una euforia extrema -ya lo dice el tao que la alegría extrema, igual que la tristeza, es un arma de desgaste-

Sonrío de nuevo con la consciencia de que quizás no debemos luchar por tener más de todo, si no mejor de todo de una forma serena que nos aporte paz y bienestar.

Dos profesionales uno extraordinario, el otro nefasto y la aceptación de ambos.  En esto consiste el Universo: yin y yang en perfecta conjunción, puro equilibrio.

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